sábado, 28 de enero de 2012

La boda de la infanta


Sale un bolo en un pueblo de Segovia con motivo de las fiestas patronales. De pasta, bien. Solo una condición, hay que tocar no menos de cuatro horas. Invitamos a otro grupo a venirse a la gira, Sutura.
Convoy de vehículos, furgoneta, equipo de sonido alquilado y técnico (también alquilado) con gustos que van del jazz al soul; simbiosis perfecta.
Por el camino nos perdemos y se nos echa la noche encima. De momento todos tranquilos. Damos con el villorrio y a muestra entrada doblan las campanas de la Iglesia, y sí, doblan por mí.
Escenario algo rupestre en la plaza del pueblo, sobre un techado de madera cuelga solitaria una bombilla tiñosa.
¿Traéis iluminación? Nos pregunta un paisano. Pues no, nadie nos dijo nada de luces.
En fin hay que apañarse.
Entre Ampli va y cable viene, pues cervecita va y cubata viene. El tiempo pasa, la noche avanza y la cosa que no empieza. Más paisanos llegan a la plaza. Nos indican con sorna la vieja leyenda del pilón y la no menos legendaria actuación de Platero y Tú en similares circunstancias.
El técnico de sonido, de complexión débil, chupado de cara y gafas de licenciado en químicas se empieza a oler por donde van a ir los tiros.
Sutura empiezan su concierto con algunos grados etílicos de más. Bailoteo, bebercio y droguercio. No llevan ni hora y cuarto cuando nos indican que no tienen más repertorio y que van muy pedo para seguir. Tenemos que subir y tocar unas tres horas, como el Boss.
Allá vamos. Una, otra, otra y otra y un buen rollo que se respira en el ambiente, y comenzamos a desbarrar un poco y a beber otro poco y el Deskoncierto se apodera de nuestras pecadoras almas. Charli, verbo hecho carne del dicho, "toda regla tiene su excepción" va más sereno que un guardia en día de servicio y tuerce el gesto a cada desafine. El técnico de sonido nos mira con ojos de búho sorprendido mientras teme, no sin razón, por su equipo. Para el resto del grupo no hay marcha atrás, hemos pasado el punto de no retorno y ya no somos miembros de un grupo punk tocando en un pueblo perdido de Segovia, somos chamanes en trance en comunión con nuestra propia juerga.
Acabamos tocando temas que nunca habíamos ensayado, y terminamos casi tres horas después con medio pueblo subido al escenario y cantando "vamos a tocar un rocanrol a la plaza del pueblo".
Los recuerdos me fallan a partir de este punto. Veo flashes del concejal de cultura indignado y gritando a pleno pulmón que no nos iba a pagar ¡Porque habíamos tocado poco!
El personaje acabó vomitando en el ayuntamiento, pagándonos y fundiéndose en abrazos con todo el mundo.
Esa noche visitamos casa extrañas, montamos poblados improvisados, Mario trabajó de camarero y aireamos nuestras cuitas sentados junto al temido pilón del pueblo, mientras el sol tuvo la fea costumbre de devolvernos a la realidad.
De vuelta a Madrid desayunamos en un bar de carretera, por la tele retransmiten la boda de la infanta en Sevilla.
El mundo es un lugar extraño.

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