lunes, 16 de enero de 2012

Domingo Pérez

Viernes por la tarde.

Haciendo gala de un total desprecio por mi futuro, abandono un exámen para ir a tocar a un delicioso pueblo de la provincia de Toledo cuyo nombre irá, desde ese momento, asociado irremisiblemente a la frase “llegáis un poco pronto”.

Nos montamos los cinco en el R11 de Mario, sin amigos, sin novias, sin grupis, sin equipo, sin un puto calendario.

Son las fiestas patronales en tan señero municipio y nos dirigimos a la piscina municipal, donde tendrá lugar el concierto, de cual somos los teloneros.

Llegamos al chiringuito con pinta de rockeros del foro, pedimos unas cañas y observamos, no sin cierto recelo, la extraña quietud del lugar, la ausencia de escenario, equipo, luces, músicos, gente, carteles y demás parafernalia que suele acompañar a la celebración de estos eventos.

“Pues si que se lo toman con calma” pienso. En un momento dado se produce una conversación entre nuestro bajista y el camarero del lugar que nos dejó a todos con cara de Bogart en ‘El sueño eterno’.

- ¿Es aquí el concierto, no?

- Sí, pero llegáis un poco pronto.

- A las seis nos han dicho, como no vemos nada montado.

- Sí, a las seis…de la semana que viene.

Siete días después volvemos.

Esta vez nos acompaña nuestra clá habitual. Charlamos con los otros grupos. Hacen pop. Observamos al respetable. Muy respetable, muy digno, muy mayor, muy de derechas.

Comenzamos el concierto. Y van cayendo:

Anarkista, Pako el Tocino, Pobre hijo de puta, Injusticia en la justicia…el ambiente se caldea por momentos. Miradas torvas. Gestos circunspectos. Considero que es el momento oportuno para gritar “¡Libertad insumisos presos!” “Gora Euskadi” “Abajo el fascismo”.

No baila nadie, excepto un tipo bajito con pinta de enajenado. Se me acerca entre canción y canción y me dice “Que güevos tienes, se va a liar te te cagas, esto es lo mejor que ha pasao por el pueblo”.

Los abucheos son ya generalizados. Tenemos el coche arrancado por si las moscas. Charli, el guitarra, está tocando sentado en el suelo del escenario. Parece una escena de Berlanga.

Terminamos. No piden bises. Nos vamos tan rápido que olvidamos la silla del batería, pero no hay güevos a volver.

El tipo bajito y bailón es el camello del pueblo. Nos hace de Cicerone. Solo nos falta llevar la pulserita del “todo incluído”.

Casi dos días después vuelvo a mi casa sano y salvo. Suspendí el examen.

Creo que mereció la pena.

1 comentario:

  1. Hay que decir que durante el concierto nos invitaron "muy amablamente" a bajarnos del mini escenario (y digo mini porque eran unas tablas de un palmo que te separaban del suelo) con dos o tres cortes de luz, pero nosotros hay seguimos impertérritos, como si nos fuera en ello la vida, teníamos que terminar el set aunque sólo fuera por los que esta vez se animaron a venir novias, amigas (no más de 5 personas) y por supuesto por el festín de saltos que se estaba pegando el camello desconocido. Lo mejor fue la cara de algún militar retirado cuando cantamos el Mili KK. Un momento kodak para enmarcar. ;-)

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